¿Qué pasa con el Islam?
Los propios musulmanes son víctimas del terrorismo, luego el problema no es solo ni principalmente de Occidente
Quién nos iba a decir que después del fin de la historia ingenuamente anunciado por Fukuyama en 1992 lo que íbamos a vivir en este siglo XXI era más bien el retorno de la historia y la vuelta a una especie de guerra de religión que nos retrotrae al siglo VII de nuestra era?
Las sociedades donde el Islam es dominante son hostiles a los valores de la Ilustración, de la secularización y la laicidad, de la libertad de conciencia, de la igualdad de derechos entre el varón y la mujer y no se han incorporado sino muy limitadamente a la modernidad, peor aún, los factores violentos y fanáticos que pueden desarrollarse en toda vivencia religiosa o ideológica extrema han crecido de manera significativa en el seno de la Umma respecto de otras versiones del Islam, más humanistas y conciliadoras. El cristianismo tuvo sus guerras de religión sí, ¡pero eso ocurrió hace mucho, en el siglo XVI!
Desde 2001 y bajo la inspiración del Islam, se ha iniciado una forma nueva de Guerra de Religión, intermitente y difusa, pero sanguinaria, que ha hecho de Occidente su enemigo de referencia —pero no el único— y de la sharía su bandera, y que ha alcanzado el paroxismo gracias a la creación de un Califato (Estado Islámico) con un esquema mental simple y fanático, a saber:
1. La violencia es el mensaje; es la única manera de establecer la justicia ordenada por Dios: la sharía, una ley que está por encima de toda ley.
2. La victoria y el éxito son esenciales para mantener y atraer apoyo, y los fracasos sirven para sembrar odio y atizar la victimización.
3. El Califato es ordenado por Dios y por lo tanto destinado a triunfar, no puede discutirse ni someterse a otra crítica que no sea la de su propia pureza. Fe ciega y desprecio de todo lo que no sea islamismo.
4. El mensaje de ISIS es irracional pero esperanzador, da un relato a gente sin horizontes que considera la inmolación una perspectiva real e incluso llena de sentido, y se alimenta a través del odio fanático y del culto a la violencia como forma de purificación.
5. El mensaje del Estado Islámico está profundamente arraigado en conceptos fundamentales del Islam suní, y apenas nadie dentro de la Umma se atreve a contrarrestarlo a un nivel ideológico y teológico, de una manera clara y eficaz.
Como ya declaraba en 2015 el periodista Graeme Wood: «La realidad es que el Estado Islámico es islámico. Muy islámico. la religión que predican sus seguidores más fervientes deriva de unas interpretaciones coherentes e incluso eruditas del Islam. Puede que los musulmanes rechacen el Estado Islámico; la mayoría lo hace. Pero el empeño en decir que no es un grupo religioso y milenarista, con una teología que debemos comprender para poder combatirla, ha llevado ya a Estados Unidos a infravalorarlo…».
Es cierto que el ensueño fanático de un Califato en el Levante oriental e Irak está fracasando militarmente en Rakka y Mosul, y que sus días están contados, pero como reacción está alentando la comisión de actos terroristas crueles y sanguinarios inmolando a jóvenes fanatizados por su ideología de odio. Curiosamente, el 87% de los atentados perpetrados por terroristas islamistas entre 2000 y 2014, —¡¡¡15.181 atentados¡¡¡— se produjeron en países donde la mayoría de la población es musulmana, luego la mayor parte de sus víctimas son musulmanes, despreciados como apóstatas o tibios, −datos de la Global Terrorism Database—.
Los propios musulmanes son las primeras víctimas de un terrorismo que paradójicamente se reclama del Islam, luego el problema no es solo, ni principalmente, un problema de Occidente, no se trata de plantear una confrontación total con el Islam o los musulmanes, que sería injusta y contraproducente. Pero es evidente que el desafío que supone en este momento el terrorismo de inspiración islámica es real y tiene sus raíces ideológicas en conceptos fundamentales de esa religión y en la sociabilidad de la Umma, lo que de alguna manera compromete y afecta a las relaciones de los musulmanes con las sociedades secularizadas y con otras tradiciones religiosas, y les interpela para que se comprometan en la lucha y en la deslegitimación de ese fanatismo que ellos pueden hacer mejor que nadie.
No es cierto que la democracia liberal implique relativismo o debilidad. Lo cierto es que la democracia derrotó en el siglo XX a sus dos grandes enemigos, y lo hizo en el terreno que cada uno de ellos escogió: derrotó al nacional-socialismo y al fascismo en pleno campo de batalla, donde esa ideología militarista se creía superior, y al comunismo en la historia, donde de acuerdo con las supuestas leyes del materialismo histórico el marxismo-leninismo debía ser invencible.
La democracia liberal no es ni débil ni relativista, y tiene su propia épica: exige la determinación de unos valores fuertes —pocos pero esenciales— que se establecen como axiales: imperio de la ley democrática, separación de los poderes religiosos y políticos, respeto a la esfera de la conciencia individual y a la convivencia pacífica —vivir y dejar vivir—, contrapesos y equilibrios limitadores de los poderes. A partir de ahí, se da un amplio margen para el pensamiento y para la acción en el que caben diversas y contradictorias aproximaciones de valor y de sentido en todo aquello que atiende a la forma y manera en que cada uno de nosotros piensa o siente que debe entender el mundo, entenderse a sí mismo y buscar su felicidad. Esos valores de la democracia son en esencia los de una sociedad abierta, y son los que se encuentran amenazados en este momento, como siempre, frente a sus enemigos.